martes, 13 de diciembre de 2011

Edimburgo (Día 3 - Segunda parte)

Lo primero que caracteriza a esta pequeña ciudad en cuanto se echa un vistazo a su página, es el orgullo de ser la cuna del golf. St. Andrews cuenta con el campo de este deporte más antiguo del mundo, y tiene una enorme cantidad de tiendas donde venden cualquier artículo relacionado con el golf que pueda imaginarse, incluyendo una escuela de golf.

Esta pequeña iglesia fue el primer
edificio en recibirnos a nuestra
llegada.

Como las de Edimburgo (o más) las calles se componen de edificios bajos
de cuidada fachada.

Al fondo del rompeolas la pequeña ciudad, en el lado izquierdo se ve el
puerto pesquero y a la derecha la antigua catedral en ruinas.

Entre las rocas de la zona intermareal muchos limícolas se buscaban
el sustento.

Al fondo del espigón Sonia disfruta de la cercanía al mar.
  
En la playa, a la derecha del puerto, varias personas paseaban o dejaban
trotar a sus perros.

Tras recorrer el puerto y el espigón prismáticos y cámara en mano, subimos por el "camino turístico" hasta la amplia zona verde donde las lápidas fueron creciendo alrededor de las ruinas de la catedral, que fue en su día la más grande de Escocia.

Sobre el esqueleto de la antigua catedral un
precioso cementerio verde y gris.

Hileras desordenadas de lápidas, su gran belleza radica en su homogenea
heterogeneidad: no hay dos lápidas iguales, pero tampoco hay lápidas
enormes o pulidas que desentonen con el resto.

Las tumbas más antiguas, y quizá las más bonitas por ello, dejan paso a la
vida entre sus poros sin importarles la memoria de aquellos cuyos huesos
cubren.

Otra de las cosas que embellecen a St. Andrews es su universidad (una
de las más antiguas y prestigiosas del Reino Unido), la mayoría de las
facultades son pequeños edificios, similares a preciosas casas. Y sus
alumnos van por la calle con capas, al estilo de Hogwarts.

Después de comer (con mucho hambre) en una taberna-restaurante, recorrimos la otra parte de St. Andrews (donde ya no hice fotos y me dediqué a comer judías. Un paisaje muy bonito, muchas cornejas que casi se dejaban tocar (y no dejaban de encantarme), la playa grande de la ciudad, un campo de golf, y el puente que sirvió de inspiración a los creadores de belenes.

De ahí volvimos al autobús que nos llevaría hasta el tren. Ya en el autobús nos quedamos solos Antón y yo, en la estación Sonia durmió mientras esperábamos, y en el tren caimos poco a poco todos, excepto Antón que se quedó solo, despierto y de pie el pobre. Llegamos a casa con renovadas energías después de la siestecilla y después de cenar estuvimos jugando a varios juegos (uno de los cuales ha pasado a formar parte de nuestra gama de juegos para reuniones).

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