miércoles, 14 de diciembre de 2011

Edimburgo (Día 4 - Segunda y última parte)

Para acabar con el recorrido del viaje, voy a poner una colección de algunos de los ejemplares del museo, los que más me han gustado o mejor se han dejado retratar. Quiero meter todo en una única entrada, así que probablemente sea demasiado larga, pero intentaré no escribir demasiado y que sea tan solo una colección de imágenes.

Destacan las muchas maquetas y fósiles de dinosaurios que habitan el museo, esqueletos fósiles completos y montados (como el gran Tiranosaurus rex que da la bienvenida a la sala, al más puro estilo de Jurassic Park, o este pequeño pterosaurio volador, cuyo nivel de detalle es exquisito).

Este pequeño Dimorphodon tenía incluso pelo sobre los brazos y el cuerpo,
un cuidado detalle y un bonito acabado.

Hace tiempo leí un libro sobre un dibujante apasionado por la reconstrucción de este animal, desde entonces cada vez que lo encuentro en un museo me encanta admirarlo de arriba a abajo.

Varios esqueletos de dientes de sable decoran la sala, este Smilodon
completo se deja comparar con otros felinos, que a su lado, pese a no
estar descarnados, parecen gatitos.

Esqueletos, fósiles y animales disecados se entremezclan por toda la sala, en un caos bastante ordenado que muestra similitudes o diferencias entre animales dispares o emparentados.

Desde el piso superior te encuentras a esta jirafa y a este Megatherium
mirándote anhelantes por si les das algún cacahuete.

Los dientes de este cocodrilo (Sarcosuchus imperator), de 12 metros y 8
toneladas decoran unas mandíbulas en las que cabe un niño de pie.

Retocado hasta transformarse más en un icono que en una fotografía, este
ambliplgido decora ahora mismo mi fondo de escritorio.

Un simpático numbat se busca el sustento entre la hojarasca.

Aunque la foto está muy granulada porque estaba oscuro, me gustó la
escena del enorme pollo de cuco (ya crecidito además) alimentado por un
pobre mosquitero parasitado.

Este elefantito, no se si disecado o maqueta, exhibe tal realismo que sus
ojos llorosos resultan conmovedores.

Como esta lechuza, la mayoría (por no decir todos) de los
ejemplares han sido disecados en actitud activa, cazando,
saltando, huyendo, comiendo...

Para que sirva de referencia, esta cría de león es, a juicio de los entendidos,
uno de los peores ejemplares del museo. Pese a todo conserva una actitud
relativamente realista.

Este lagópodo alpino se camufla en la nieve, aunque hace bastante frío
imagino que tendrán que cambiarla todos los días cuando se derrita.

Nuestro pez, de topos azules sobre fondo rosa, no supo camuflarse con los
arrecifes de colores, y murió devorado por la sombra de un depredador.

Esta Hyla se adhiere al cristal de la vitrina por el lado opuesto al resto de
los ejemplares, ofreciendo la panza al visitante.

La ya famosa zarigüella acarrea a su rosada prole.

Un rinoceronte nos amenaza con su enorme cuerno de pelo.

La foto es horrible pero quería representar esta sencilla obra de arte, de mis
favoritas, una maqueta de resina de un pie muy realista sufre el ataque del
pequeño Conde Drácula, el verdadero y genuino.

También famoso, este zorrillo se abalanza sobre los usuarios de mochilas.

El realismo de los animales es tal que parecen vivos, no solo en la postura,
también la elección y colocación de los ojos suele ser un detalle importante,
y el cuidado (sea cual sea) del pelaje les da un brillo "vivo".

Tal y como empezamos la visita a la sala de Ciencias Naturales, la acabamos
con Parque Jurásico en la cabeza.

Tras la sala reservada a las ciencias naturales (que no se por qué se llama así en todos los museos cuando debería llamarse museo Zoológico o algo así, salvo una pequeña fracción sobre minerales y geología), aún nos quedaba la última sorpresa de la ciudad.
Aunque Antón ya nos lo había dicho, habíamos olvidado que en Edimburgo nació la mayor celebridad de entre los bóvidos del mundo. En la parte de Ciencia y Tecnología (o algo así), un expositor muy iluminado y giratorio exhibe a Dolly, que fue en su día el hito de la clonación.

La oveja más famosa del mundo da vueltas en una vitrina giratoria.

Siete años y medio después de su nacimiento, Dolly murió, aquejada de una enfermedad pulmonar degenerativa (aparentemente sin relación con su clonación), fue sacrificada para evitarle el sufrimiento físico, el 14 de Febrero de 2003, pero pervive, en el Museo Nacional de Escocia.

Y de ahí a comer, de comer al bus, del bus al avión y a Madrid. Todo en buena compañía pero ya con cara de pena. Lo bueno de lo bueno es que al acabarse no te olvidas de lo bueno que fue, y sólo así puede volver a ser igual de bueno cuando vuelve a suceder.

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