lunes, 12 de diciembre de 2011

Edimburgo (Día 2 - Primera parte)

La primera mañana nos despertamos ya con una buena sorpresa: nieve. Una capa fina pero bastante aparente cubría todo Edimburgo, regalándonos un paisaje espectacular. Desde la ventana de la cocina o del cuarto que ocupábamos (desplazando a su legítimo arrendatario al sofá) se veía un jardincillo cubierto de nieve, donde ardillas, mirlos, urracas y cornejas brincaban y jugueteaban.

Vista del jardín trasero, desde la ventana de la cocina.

Fuimos pasando por la ducha y nos pusimos en movimiento con idea de aprovechar al máximo el primer día. La primera parada, muy cerca de casa, fue el cementerio Greyfriars, que rodea a la capilla Greyfriars Kirk, y tiene por mascota y emblema al perro Bobby (que tras morir su amo se pasó 14 años velando su tumba).

Una estatua representa a Bobby,  para recordarlo por su lealtad.

Un lugar precioso con una atmósfera mágica. Parte de la belleza de los cementerios escoceses radica en su humildad. Las lápidas sencillas de piedra grabada, sin grandes armatostes de mármol pulido y sin enormes camas de piedra cubriendo toda la sepultura, permiten que el césped crezca alrededor, y el musgo y los líquenes embellezcan con vida la roca.

En uno de sus márgenes, el cementerio está rodeado por casa bajas
de dos pisos (¿viviendas?).

En la parte trasera la Capilla Greyfriars Kirk, rodeada por el cementerio.

De este, para mí uno de los mejores lugares de la ciudad, continuamos nuestra ruta turística hacia el centro, pasando por Grassmarket (donde se ahorcaban delincuentes en los ratos de aburrimiento), por la calle Victoria (con sus fachadas multicolor) y por el tramo final de la Milla Real (Castlehill, en su tramo final).
En la próxima entrada fotos y comentarios al respecto.

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